Historia de un activista

La lucha por el medio ambiente se está recrudeciendo y hoy en día muchas personas arriesgan su vida por proteger los recursos naturales. El último informe de ‘Global Witness‘ apunta que, entre el 2002 y el 2017, 1.558 personas han sido asesinadas por proteger la naturaleza. Esta cifra, por impresionante que pueda parecer, tan solo supondría la última frontera a la que quedan expuestos aquellos que luchan por defender la biodiversidad del territorio y los propios recursos naturales. «Yo me jugué la vida por el planeta», explica Jorge Lupiáñez Amaya, miembro de ‘Sea Shepherd‘, una organización internacional sin ánimo de lucro dedicada a la conservación marina.

En los últimos años, el joven activista ha participado en diferentes campañas en defensa de la biodiversidad de los mares. La primera de ellas fue en la costa este de Australia, conocida como ‘Reef defense‘, contra el proyecto de construir una mina de carbón que supondría una sentencia a muerte para la gran barrera de coral. La segunda en México, bautizada como ‘Operación milagro‘, desde donde se luchó para proteger a las vaquitas marinas; una de las especies de cetáceos más amenazadas del mundo. «Trabajábamos para quitar las redes de pesca ilegales que encontrábamos en la única reserva marina de vaquitas en las que estos pequeños mamíferos quedan atrapados y mueren. El problema es que te enfrentas a un negocio por el que algunos están dispuestos a matar», comenta Lupiáñez, quien prefiere no explicar en detalle algunas de las situaciones a las que tuvo que enfrentarse.

En las aguas del pacífico, de hecho, las vulnerables vaquitas marinas (Phocoena sinus) conviven con las totoabas (Totoaba macdonaldi), considerado uno de los peces más preciados del mundo por su vejiga natatoria, que por sus supuestas capacidades afrodisíacas puede alcanzar en el mercado chino hasta 20.000 dólares por ejemplar. Y es la lucha por estos preciados peces lo que desencadena el conflicto en las profundidades marinas entre activistas, que intentan garantizar la supervivencia de estas especies, y los pescadores, que inundan el fondo marino de redes para hacerse con estos animales. «La pesca ilegal de totoaba se conoce coloquialmente como ‘la cocaína del mar‘ porque encierra unos intereses económicos brutales. Y contra esto, lo único que puedes hacer es luchar aun sabiendo que te enfrentas a un gran riesgo», comenta el activista quien explica que su embarcación llegó a sufrir ataques a pedradas y cócteles molotov durante alguna de estas campañas en defensa del medio ambiente.

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