En los años 60, el mundo entero soñaba con llegar a la Luna. Y por eso valía la pena invertir un sinfín de recursos para que antes de que acabara la década el hombre lograra pisar por primera vez el satélite terrestre. Así lo argumentó John F. Kennedy el 12 de septiembre del 1962 ante los 40.000 ciudadanos que inundaban el Rice Stadium de Texas. La carrera espacial había empezado apenas cinco años antes con el lanzamiento del ‘Sputnik’ y la puesta en órbita de Gagarin por parte de la Unión Soviética y, desde entonces, la competición entre Estados Unidos y la URSS iba avanzando a pasos agigantados. «Nosotros escogemos ir a la Luna«, exclamó con entusiasmo el presidente estadounidense en un discurso que pasaría a la posteridad como el inicio de las misiones lunares y la prueba inapelable de que el pueblo anhelaba la conquista del espacio. Pero… ¿y si no fuera exactamente así?
A principios de la década de los 60, entre el gran público americano apenas había interés por las cuestiones relacionadas con la política espacial. Menos del 10% de los ciudadanos de EEUU se mostraba interesado por los programas de exploración extraterrestres y, además, había una división equitativa entre los que pensaban que su país se situaba a la cabeza de la carrera espacial, los que apostaban por los soviéticos y los que simplemente se mostraban indiferentes. William Sims Bainbridge, autor de estudios críticos sobre la opinión pública durante la carrera espacial, argumenta que la sociedad americana canalizaba toda su atención en cuestiones como la lucha del movimiento por los derechos civiles o la Guerra de Vietnam.
En este contexto, los programas científicos necesitaban crear un clima de opinión favorable para justificar su existencia. Y la rivalidad con la Unión Soviética, ensalzada por la tensa calma que se respiraba durante la Guerra Fría, sirvió de escenario para movilizar a la opinión pública a favor de las titánicas inversiones en la carrera espacial. La hazaña lunar se presentaba tanto como un reto científico-técnico como un desafío de márquetin. El objetivo, según argumenta Clyde Haberman en un reciente reportaje para el ‘New York Times’, dar visibilidad al ‘glamour del espacio‘ para crear una fascinación global que, a su vez, eclipsara las eventuales críticas al proyecto
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